domingo, 4 de mayo de 2014

acostado este domingo todavía persiste aquella imagen en mi mente, desde que fuimos a ver la obra de teatro, tengo la idea de un sillón vacío,  uno blanco,  cubierto de telas arrugadas,  aplastadas por el hueco del peso de alguien que alguna vez se sentó allí, aquella forma cóncava no deja mas datos que una presencia anónima ya extinta,  pero  no del tiempo en que permaneció allí, ni siquiera,  de sus sentimientos ni pasiones ni sus delirios ni sus temores,  calla más de lo que dice.
la obra trataba el tema de la muerte de un artista,  un loco y joven pintor que se había suicidado y en un extravagante plan había invitado a todos sus amigos a una fiesta en su propia casa,  quería reunirlos a todos frente a su cadáver sin que ellos lo supieran de antemano, una fiesta convertida en un velorio. todos estaban presentes,  menos él. 
al tipear estas palabras tomo consciencia de que los amigos son el sillón,  el suave sillón blanco en donde apoyamos nuestros anhelos,  nuestra soledad,  donde convertimos nuestra vida en algo cómodo y deseable, al igual que aquel sillón vacío que quedó estampado en mi frente al salir del espectáculo,  con nuestra partida solo queda el hueco , pero además de eso,  nuestros amigos quizás podrían darse cuenta de que el difunto también formaba parte de un sillón,  ese mismo en donde se cobijaban siempre,  con la esperanza de el eterno descanso.

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