jueves, 15 de mayo de 2014

hay salas y salas, hay salas tristes  y anticuadas,  llenas de cuadros rotos,  hay salas modernas y vacías,  donde no parece haber vida, decoradas por un extraño  y destinadas a otros extraños, a extranjeros en su propia casa,  como alienígenas viviendo en un mundo  perfecto creado solo de dinero.
hay salas como esta, en la que escribo este diario, con sillones naranjas y peludas alfombras claras, dragones escupiendo fuego de metal, indígenas de mirada de madera, pinturas al óleo rojas y azules que explotan y se derraman, maltratados almohadones a rayas de colores, aplastados por el peso de la vida, salas como esta son salas polaroid, cuando están en silencio es como que esperasen,  y cuando están ocupadas,  almacenan el murmullo tranquilo, las risas y el sonido de los vasos, los procesan dentro de sus paredes con una maquinaria de resortes y engranajes,  y los entregan a la salida, a los  pechos de los visitantes, para que los lleven consigo.

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